ERA DE MASCARILLAS: ENTRE LA URGENCIA Y LA MODA

ERA DE MASCARILLAS: ENTRE LA URGENCIA Y LA MODA

LA DISTANCIA ENTRE LO NECESARIO Y LOS LUJOS

La mascarilla que aparece en la foto de arriba es la más costosa del mundo. No se sabe quién la encargó al joyero argentino Isaac Levy, propietario de la joyería israelí Yvel. Sería un multimillonario chino, que pagará cerca de millón y medio de dólares por ella. No hay necesidad de torturarnos haciendo conversión a colones.

SEGÚN DETALLA el diario EL País de España, la mascarilla estará fabricada con 250 gramos de oro de 18 quilates, y estará engastada con al menos 3.608 diamantes naturales, lo que le dará un peso de unos 250 quilates. ¿Es segura? : proporcionará el mayor nivel de filtración (N-99). Este, según diversos estudios, reduce las posibilidades de contagio entre el 94% y el 99%.


Pues hay quienes dicen que era inevitable que este implemento que protege a la humanidad en plena pandemia, se iba a convertir en parte de nuestra vida, y de paso, en parte de la forma de vestirnos, día a día.

Y qué las grandes firmas y diseñadores no iban a perder tiempo: Louis Vuitton, para empezar, diseñó una mascarilla que, a diferencia de las mascarillas de tela convencionales, no solo protege contra el coronavirus, sino que también lo hace, por ejemplo, contra la radiación solar. Al menos, así lo asegura la propia firma de moda en un comunicado distribuido recientemente en el que, además, afirma que este complemente está destinado “a ser elegante a la vez que protector”. 

El precio inicial de la máscara, estiman algunos portales especializados en moda, rondará los 1.000 dólares. Aquí sí: Un poco más de medio millón de colones.

ESTO DICE ELPAIS.COM:

Es la última prueba de que lo que podía parecer una moda más o menos pasajera condicionada por las circunstancias es ya una tendencia más que consolidada: las mascarillas han llegado para quedarse, y las marcas de moda más exclusivas no están dispuestas a dejar pasar la oportunidad de que sus clientes se diferencien del resto.

 

Una de las primeras en intuirlo fue Gucci, que ya el pasado mes de enero mandó a la gala de los Grammy a Billie Eilish, una de las artistas del momento, con una mascarilla de diseño marca de la casa. Y antes incluso que Gucci, en la Paris Fashion Week de febrero de 2018, la diseñadora Marine Serre propuso las mascarillas como elemento estético en un tiempo en que solo los científicos habían escuchado alguna vez la palabra coronavirus.

Hoy, las mascarillas de Gucci que reproducen un dibujo parecido al que llevó Eilish se pueden adquirir, como poco, por varios centenares de euros, mientras que las de firmas como Balenciaga figuran también entre las más buscadas por los clientes.

Hay que pensar que la mascarilla cubre buena parte de la cara, nos quita mucha información sobre la otra persona.

Es el resultado de todo un proceso. Primero, durante los meses de confinamiento causados por la pandemia, historias más o menos excéntricas como la del empresario indio Pimpri-Chinchwad, un multimillonario que encargó una mascarilla fabricada exclusivamente de oro, fueron relativamente frecuentes.


Las mascarillas de alta gama eran tan solo fruto de una situación especial, una anomalía. Los expertos tienen un nombre para este fenómeno, el efecto lápiz de labios: “Ante la imposibilidad de poder controlar muchos aspectos de su vida, las personas con un amplio poder adquisitivo optan en momentos particulares como un confinamiento por darse pequeños caprichos, como comprarse lápices de labios especialmente caros.

En esta ocasión, en algún caso el lápiz de labios se convirtió en una mascarilla cara”, explica al respecto Gabriela Salinas, profesora de Moda del Esic y directora de Brand Finance.

Hoy las mascarillas han pasado de ser un acompañante puntual a formar parte obligatoria de cualquier atuendo hasta dentro de, al menos, un par de años. Y ahí es donde entra la condición humana, que amenaza con hacer desaparecer poco a poco las clásicas mascarillas sanitarias verdes: “Las personas vivimos en una contradicción. Por un lado, somos gregarios, queremos ser iguales que los demás; pero por otro, queremos ser distintos. No me sorprende que las mascarillas terminen diciendo algo de quiénes somos”, explica al respecto Sergio Baltasar, profesor de Publicidad de la Universidad Europea de Madrid.
Coincide con él Carmen Valor, profesora de Marketing de la Universidad Pontificia Comillas: “El ser humano tiene una gran capacidad para convertir los objetos en símbolo. Hay que pensar que la mascarilla cubre buena parte de la cara, nos quita mucha información sobre la otra persona.

El público con un amplio poder adquisitivo es un buen nicho para buscar clientes que quieran sustituir esa información con un mensaje”.

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