Todas sus obras son de un tamaño descomunal. Como su alegría de estar vivo.

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Su obra más grande tiene cinco pisos y se puede recorrer por dentro. Es una cabeza de caballo que realizó en Jacó. Pero es solo parte de toda esa obra monumental de un hombre que comenzó haciendo tortuguitas diminutas en piedra y hueso.
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Un hombre sencillo a quien la vida le dio otra oportunidad, porque el mortífero huracán Otto, que destrozó Upala, lo sepultó en lodo hasta la cintura y se le llevó su casa y su taller, ahí en Bijagua, bajo la mirada de dos volcanes: el Tenorio y el Miravalles.

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Han pasado los días y don Marco Antonio González ha dejado en el camino obras como ese Toro enorme de Limonal, esos dinosaurios de Chomes y…finalmente, otras obras de gran tamaño, algunas en Venezuela dónde le pidieron hacer una estatua de Chávez, pero se les escapó.

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Sabe que no hay momentos para lamentarse. Solo pensar en grande y seguir…
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