Perder la virginidad para despertar

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Opinión: Pablo Barahona Kruger

Actualmente, el narcotráfico no debe explicarse como un problema local y estacionado, sino como transnacional y dinámico. Uno de los ramales principales de un entramado mucho más complejo que comprende otros tráficos: armas, dinero, arte, fauna, licores, cigarrillos, automóviles, e incluso, órganos y hasta personas.

Todo un nudo de actividades que, además de ilegalidad, suponen violencia y mucha, pero mucha ganancia.

 La corrupción y el lavado de activos son los referentes más “civilizados” del crimen organizado, y se entrelazan. Al punto que ha ido absorbiendo la ilegalidad más lucrativa, sin importar la violencia con que deba sostener esa telaraña de ilegalidad.

Desde Weber quedó sentado que la violencia se privatiza según vaya el Estado perdiendo el monopolio de la fuerza. Al punto que algunos se apresuran a adjetivar como “fallido” al poder político central que no es capaz de asegurar a sus ciudadanos frente a fuerzas como el crimen organizado transnacional que, en algunos países no tan lejanos, se reconoce como “insurgencia criminal”.

El caótico abandono de territorios al interior de ciertos países, e incluso en algunas de las ciudades principales, por parte del Estado, suponen un proceso de “afganización” paulatina del que no es fácil remontar. Mucho menos si no se cuenta con el recurso militar para recuperar esos bolsones territoriales que, una vez entregados, solo se retoman a un costo impagable para cualquier Estado de derecho que se precie de tal.

Ese abandono deriva del descuido de la institucionalidad responsable de la prevención y persecución del crimen organizado. Pero también de la escasa inversión social.

El Derecho Internacional ha reconocido en esa dirección, a través de las Convenciones de Palermo y Mérida, primordialmente, que el Crimen Organizado debe abordarse desde una perspectiva integral, que supone al menos cuatro frentes principales: 1) el desmantelamiento de las redes patrimoniales que posibilitan el lavado como fin último de todo el esfuerzo criminal; 2) la evitación de la corrupción política de alto nivel para evitar que esa misma corrupción permee al resto de la institucionalidad; 3) la proyección de una buena política social como la mejor política criminal (pero no como la única), potenciándose la presencia del Estado (infraestructura, trabajo, educación, recreación, salud, etc.) y; 4) la presencia policial basada en inteligencia civil e investigación de impacto sobre las estructuras de los carteles, ojalá con una dirección jurídica óptima que asegure el éxito judicial ex post.

Cada una de estas aristas estratégicas supone un desarrollo aparte que, por razones de espacio y fondo, no me propongo desmenuzar aquí. Reconociendo, como primera conclusión, que el problema de las drogas no es solo un asunto de salud pública ni lo contrario: solo de seguridad pública. Eso ya a esta altura debiera ser notorio, aun cuando muchos repiten esos lugares comunes, unidimensionalmente.

Lo innegable es que al crimen organizado, o se le cierran los trillos antes de que los descubra y los transite, o la omisión termina pagándose con muchos muertos. Jóvenes marginados en su mayoría.

Costa Rica no está destinando suficientes recursos a la institucionalidad pública de seguridad. Eso es un hecho incontestable. Pero tampoco a lo social.

Ni siquiera se dedica a la policía la mayoría de los activos comisados al crimen organizado. Llega una ínfima parte. La mayoría se gasta en una mal concebida prevención, por parte de una institucionalidad desfasada y poco incidente.

Son muy pocos los policías de control de drogas, mucho menos los fiscales y no es sino hasta ahora que se ha empezado a hablar de una jurisdicción especializada que debería a estas alturas tener cédula y no estar en mero embrión. No a estas alturas.

Ligereza. Asusta, y no poco, que ciertos sectores aborden con imperdonable ligereza el riesgo que asumen los valientes agentes de la Policía de Control de Drogas (PCD), a cargo de quien a mi juicio es el Policía de Policías: Allan Solano. Prototipo policial que no por silencioso, debe darse por descontado. Trabajador insigne, astuto, apasionado, estudioso y sobre todo: incorruptible y efectivo.

En nuestro país, por ignorancia presumo, y no por falta de patriotismo, algunos confunden la transparencia con la tontería, y pretenden aplicar los mismos criterios de control público a un fontanero del AYA o un electricista del ICE, que a un policía antidrogas.

No es broma que se ha llegado al extremo de pedir que se circulen los números de placa de los automóviles al servicio de la PCD, o se compartan los nombres completos de los agentes de control de drogas, que no solo realizan la inteligencia sino que participan en los operativos, decomisan y arrestan. Se infiltran incluso.

Por esa vía, de una muy mal entendida transparencia, terminaran exigiendo que se publiquen en redes sociales también las fotografías y cuentas cedulares, con listas de familiares mejor, direcciones domicialiarias y hasta agenda semanal. Todo para que así todos los costarricenses –y “otros”- podamos “controlar” su trabajo

No es cuento que en este país a veces cabe pensar que “no se puede”. Porque así, en efecto, “no se puede”. Para luchar contra la amenaza más seria, más violenta, sin duda la más poderosa, capaz de hincar a Estados, ya no digamos como Costa Rica, sino más bien de la envergadura de Colombia y México, con todo y sus ejércitos, definitivamente, “no se puede”. Así al menos, claramente no.

¿Será que esa candidez, no menos irresponsable, por más campesina que parezca, se perderá en Costa Rica cuando pase algo como lo que tuvo que pasar en México con Colosio, o en Colombia con Galán?

Ojalá a Costa Rica no le haga falta perder la virginidad para despertar. Ojalá por simple lógica y honestidad política se empiece a privilegiar el abordaje contra la macrocriminalidad por sobre la microcriminalidad. Esta última, siempre más rentable electoral y mediáticamente, pero jamás socialmente, partiendo del saldo de muerte y la estela de subdesarrollo que finalmente deja el crimen organizado a su paso. Esperemos que no haga falta más, que ya vamos teniendo bastante como país, para que reaccionemos y nos dejemos de purismos, absurdos e inocencias. De garantismos extremos incluso.

No es que ya es hora. Más bien, ya se nos va pasando la hora. Y no dejan de crecer los árboles mientras dormimos…

Al crimen organizado se le combate en serio o no se le combate. No esperemos a perder la virginidad para despertar. Antepongámonos al caos.

 

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El autor es colaborador en Vida FM – Abogado especialista en seguridad y analista político.

Fotografía ilustrativa: REUTERS

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