CINCHONA. El verde cubre las heridas y nunca deja crecer el olvido

CINCHONA. El verde cubre las heridas y nunca deja crecer el olvido

Ruta del Caribe. CUATRO. Final cuarta ruta

Estaba en los planes que saliéramos del caribe por  esta ruta, desde las entrañas de Sarapiquí. Una ruta sobrecogedora, más por el recuerdo de una tragedia que por escenario majestuoso que poco a poco se ha cubierto del verde inevitable. Ahí , en esa montaña, están sepultados tantos recuerdos horribles, pero no el olvido...

Es la región de Cinchona, la misma que se sacudió mortalmente aquel 8 de enero, del 2009 , a la 1:21 de la tarde con una magnitud de 6,2. (Para qué los números si solo tenemos que recordar que en esa fecha, el paisaje que tienen arriba fue licuado, que su rostro se desfiguró).

Volvemos casi nueve años después.  Cuando las cicatrices duermen bajo el paisaje…con un río que se encargó de romper estas montañas, fabricó su cauce, y sigue su camino como si nada hubiera pasado…

Hay algunas ruinas en la parte alta de las montañas, que han quedado como testigos congelados por la niebla. Y uno que otro negocio, pulperías y bares y restaurantes que sirven para enfrentar el frío.

 

La Nueva Cinchona

Los vecinos  son los mismos. Se conocieron desde siempre en la Cinchona que el terremoto borró. Hoy conviven en la  Nueva Cinchona y ahí han echado sus raíces,bajo el rumor de remembranzas que parecen árboles. Han logrado reconstruir la vida que les fue prestada por segunda vez en una segunda casa, con escuela, Centro de Salud, sede policial, áreas comerciales y zonas recreativas.

Y eso ha requerido mucha fuerza. Mucha entereza. Como siempre lo demostró Ana Cambronero, que perdió a su esposo y sus hijos , preciso cuando ella no estaba. Por eso llegamos a buscarla...

Pero no estaba…

No la encontramos porque hacía  en San José precisamente lo que la despierta a  la vida cada día: un trabajo de   solidaridad.

Tranquilos, arrullándose con la tarde, encontramos a sus padres. Invitan a los periodistas a seguir a la casa como si fuéramos ese familiar que hace mucho tiempo no los visita…

Los padres de Ana  son la razón de ser de su fortaleza. Ese dolor enorme por la pérdida de los suyos ha podido desgarrar la vida completa de cualquier terrenal. Pero ella aguantó,  empezando de cero su existencia, como lo recordó doña Cecilia, su mamá.

Antes del terremoto, Ana Cambronero  atendía los clientes de su soda. Era su trabajo. Hoy, en la casa frente a la de sus padres, teje los días con tela y la aguja, y se dedica a la costura con la que hace vestidos para novia, primera comunión, y bailes típicos.

De dónde tanta fuerza, fue la pregunta a sus padres…

Ellos recordaron que vivieron en lo que llamaron «un lugar lindo» aunque las laderas de las montañas eran tan exigentes. Ahora no lo lamentan tanto, porque «gracias a Dios y a la solidaridad de los costarricenses hoy vivimos mejor..

El regreso hacia San José obliga pasar por donde Cinchona fue un pueblo, un día cualquiera, un pequeño pueblo agarrado de la montaña  que un día se tragó la tierra. Ahora esa carretera tiene algunos recuerdos y mucha soledad.

También el recuerdo de lo que fue aquella fábrica que por cosas peculiares de la vida se llama El Ángel. ¿Qué otra cosa fue y ha sido para esta comunidad?

Solo hay una verdad: La vida está ahí…La fuerza de su gente, de quienes sobrevivieron a ese terremoto, fue más fuerte y es lo que mantiene el día a día de esa región. Es lo mismo hasta cuando la ruta nos pone en la cima del Poás y comenzamos a buscar Heredia, entre bosques, ventas de fresas, y la muestra liquida de que la vida sigue…

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FIN DE LA RUTA DEL CARIBE.

 

 

 

 

 

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